viernes, 25 de agosto de 2017

Víctima de la modernidad

Con dos cervezas de más, mi vuelta a casa me hace pensar:

Frustrando mi ambición como si no hubiese mañana,
cuento los días esperando que el sino me conceda una hazaña.

En esta cárcel de tiempo siento que muero,
pero a la vez me afano en que mis pies no toquen el suelo.

¿Crees que siento culpa por todo lo que hice?
No es más que una absurda ilusión de lo que siempre quise.

 Las telarañas se mueven entre mí a voluntad del que maneja los hilos,
y vivo con miedo a llamarlo Dios, destino, o cualquier nombre dado por sus hijos.
Por lo que todo representa, por lo que de todo se alimenta,
esa figura eterna que en todo ser se asienta.

A mi mente vienen vagos recuerdos
plagados de dolor, envidia, y a veces celos.
Creyéndome superior ignoré
a aquel niño que en mí vive y al que siempre odié.

Por recordarme a mi eterna mortalidad,
por recordarme la juventud que no veré jamás.
Por sentir que una adolescencia se perdió
y que a pesar de las hostias, un niño vivió.

Vivió, a pesar de todo el llanto,
vivió a pesar del canto
de una brisa pasajera que todo lo altera
al susurrarte con erotismo que todo cambia a su propia manera.

Pero nada cambia en este páramo congelado.
El viento erosiona, pero nada mueve a este lado.
Los brotes que una vez crecieron fuertes y verdes
ahora palidecen y duramente en pie mantenerse pueden.

El pozo se encuentra seco de lágrimas vacías,
porque no hay más que aceptar que lo que el tiempo envía
no es más que decepción y un duro golpe a la egolatría.
Y este es el resultado amargo de toda una vida.

Ver que aquello que creíste superado, te supera.
Ver que los fantasmas, ya hastiados, te desesperan.
Sentir que te has vuelto uno más del pasado.
Una pieza más, que sin sentido, espera.

A la vaga promesa de un futuro mejor,
a la eterna premisa de que todo amor prospera,
a aceptar que un sueño acaba en un estertor,
y a sentir que tu destino jamás se te revela.

Son las lamentaciones de un joven anciano,
con cuerpo de crío pero ojos de abuelo,
que observa a través del humo de un hábano
que la vida es etérea como un vaporoso velo.

Que todo mi lamento caiga en la visicitud
de conmover a alguien voluntarioso de plenitud
que sea inspirado por estas palabras
y empuje su rumbo con constancia,

para que jamás nadie acabe como yo,
víctima de un sueño convertido en obsesión.
Verdugo de un niño que no supo reír,
y testigo de un anciano que nunca quiso llorar,

por miedo a reconocerse a sí mismo
que la única respuesta en esta vida, fue amar...