viernes, 15 de marzo de 2013

Ciencia y Política

El artículo de hoy es más breve y ligero, que estamos a dieta y así no os empachais.

Es curioso como, en plena época de crisis política en España, todo el mundo ha protestado por los recortes en I+D, alegando que se dilapida el futuro. Es un claro ejemplo de exposición del modelo lineal, donde una inversión en la Ciencia acabará produciendo tarde o temprano una mejora en la sociedad. Este enunciado elemental se ha convertido en una premisa universal y totalmente cierta para la población, pero todos sabemos que hay mucho dinero derrochado y que no siempre se consiguen resultados. El Instituto Noos, por ejemplo, no ha logrado mucho, precisamente. Y mira que es raro.

Sin embargo, yo voy vengo a analizar la relación entre política y ciencia.


La relación entre política y tecnología parte del supuesto asociacionismo entre ciencia y progreso. La indiscutibilidad del progreso como algo inevitable, obligatorio y necesario es un factor fundamental nno solo de cara a las elecciones, sino además a la justificación de la actuación de los poderes fácticos (de gobierno). El respaldo científico es un sólido argumento para la consecución de fines políticos indiscutibles o ''inevitables''. La economía y la econometría, tan duramente cuestionadas y criticadas, han, sin embargo, justificado gran parte de las acciones y políticas de recorte del gobierno español, el cual afirma que no queda otra salida, afirmación por supuesto basada en datos científicos (aunque de dudosa objetividad).
Sin embargo, el interés político en aquellos ámbitos tecnocientíficos que son propicios a la mejora y preservación del propio poder se refleja en las enormes sumas de ayudas y subvenciones destinadas a los dos grandes ejes que definen el poder en la sociedad postindustrial actual: control e información.

El control de la población a través de la información se manifiesta mediante el potente desarrollo que han experimentado el ámbito de la telecomunicación y las redes virtuales, con la ayuda de la política científica (la cual no solo se ha dado mediante subvenciones, sino también con licencias y permisos y ''vía libre'' a las empresas destinadas a investigar este sector).

El registro virtual de las actividades, tendencias y gustos de los individuos que componen la sociedad a través de las redes sociales se encuentra al acceso de los Estados que deseen obtener información confidencial de sus ciudadanos bajo el fácilmente cuestionable pretexto de ''necesidad nacional''.
Este potencial acceso a la información justifica cualquier esfuerzo por parte del Estado para alcanzarlo.

Sin embargo, este método de control podría considerarse indirecto ya que el ciudadano no percibe en el momento dicho control, sino que se realiza a posteriori y no supone un cambio repentino y brutal de dichas tendencias.

Por otro lado, el famoso Proyecto Manhattan (proyecto bajo el cual se desarrolló la tecnología necesaria para las bombas nucleares empleadas en Hirosima y Nagasaki  en la década de los 50) es un claro ejemplo de un control directo y frontal. La tecnociencia militar le proporciona al Estado la capacidad de control activo y, en el caso del Proyecto Manhattan, el control de la guerra. No es de extrañar que después de la guerra mundial hasta hace bien poco, más del 30% del presupuesto destinado a desarrollo científico acababa en proyectos militares o espaciales. La inversión en tecnología militar garantiza al Estado la supremacía y supervivencia ante el resto de estados en primer lugar, y el control mediante el uso legítimo de la violencia (Max Weber) a su propia población.

La tecnociencia le proporciona a los poderes fácticos los elementos básicos que definen, legitiman y justifican al poder y su estructura en la actual sociedad postindustrial: control e información. Estos dos pilares articulan todo el concepto y dimensión del poder. La novela 1984 lo manifiesta claramente, ya que la información y su monopolio, así como el control del pasado y el presente constituyen una cápsula hermética de normativa social muy inhumana. Es por ello que, más allá de la ideología y el beneficio de la sociedad, la relación entre tecnociencia y política es inherente y recíproca, y siempre habrá una partida en los presupuestos generales destinada a I+D, aunque no esté destinada a educación, sanidad u otros ámbitos que únicamente benefician a la población.

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